Fashionista

Esculcando mis propios cajones me topé con una foto de una fiesta en la primaria en la que aparezco sonriendo alegremente a la cámara mientras la ingrata retrataba la prueba fehaciente de que yo usé calcetines blancos a la rodilla y zapatos escolares con vestidos domingueros. Nunca hubiera recordado que durante mi niñez cometí crímenes contra la moda y el buen gusto y me he dado cuenta de que no soy digna de darme vuelo criticando la vestimenta de mis prójimos. 

Entre los kilos de más, los pantalones a la cintura y los malos cortes de cabello he ido por la vida luciendo fatal sin notarlo y ahora me ha entrado la preocupación sobre cómo me veo en la actualidad. ¿Se reirán mis futuros becerros del peinado que llevo en este momento?

Recuerdo haber usado el suéter en la cintura amarrado con doble nudo, moños grandes, copete con crepé y harto spray. Amé fielmente mis sandalias transparentes con diamantina de Xuxa, mis mochilitas y el sombrero con girasol.  Conforme pasaban los años y decidía con libertad qué usar, todo empeoraba. ¿Porqué tuve que revelármele a mi madre? 

Usé las uñas multicolor, mil colitas en el cabello y estrellas brillantes en los ojos. La etapa colorida y tornasol fue una pesadilla. No sé cómo el Dios de la moda pudo permitirlo. 

Lo único que me tranquiliza es que yo no fui la única. No, yo tuve amigas y compañeras y aunque ahora podrían estarse riendo histéricamente de mi pasado, yo podría decirles que en esa foto no estoy sola. Queridas, todas lucimos igual, anden y busquen sus fotos.